Para el psicoanálisis un padre no es una persona, un ser humano, ni el que “puso la semillita”. El padre es un supuesto. Parafraseando a Freud, podemos decir que es un supuesto “necesario y legítimo”. No es algo que tenga que ver con ninguna realidad, con ningún observable. Es un “prejuicio”, si lo tomamos en el sentido en que Freud dice que el primado del falo es un prejuicio (Vorurteil) del que parte el niño en su observación. Encaramos la vida desde ese prejuicio.
[…] En nuestra época, por ejemplo, se escucha mucho la queja por una supuesta declinación de ese padre. Hay un discurso, o varios, múltiples voces, que denuncian esta aparentemente incontestable declinación, que tiene ya el valor de una fórmula consagrada. Pareciera que hay consenso casi general sobre eso. Incluso muchos psicoanalistas lo dan como un hecho que no merece ser probado (¡Hasta Lacan la habría mencionado en 1938!).
Ahora bien, más allá de lo que “declinación” quiera decir (y contra qué supuesta erección se la pretenda medir), hay cierta equivocidad en la fórmula. ¿Qué es lo que declina? ¿El prestigio del padre en la sociedad actual? ¿El poder de las personas en que es supuesto ese lugar? Hasta aquí estamos en el terreno de la sociología. ¿O por el contrario, se trata de una impugnación de aquello que en el psicoanálisis ha sido denominado la “función paterna”? Impugnación que, entendemos, aparece como temporal: “ya no…”. Con lo que queda implícita su lógica consecuencia: “pero antes sí…”.
“Función paterna” no es lo mismo que padre. En la historia del psicoanálisis ésta surge de aquello que se desprende como novedad en Tótem y tabú, y que Lacan retomará a partir del término, tomado prestado de la religión, de Nombre-del-Padre, expresión que utilizará con todas sus complejidades desde diferentes perspectivas. Pierre Legendre (1985) teorizó esta función paterna desde su encrucijada entre psicoanálisis y derecho. La planteó como algo intrínsecamente ligado a la instauración de un viviente en el lenguaje, en la genealogía, en la ley, en el tiempo, en una remisión que, por la vía de una ficción, apela a una referencia fundadora, que llamamos Padre. Función, entonces, inescindible de la instauración de la cultura, de la dimensión propia del animal humano como ser de lenguaje.
Fragmento de la Introducción de Carlos J. Escars