El fruto de su audacia puede leerse en sus líneas y en sus entre-líneas, y estimula al lector a que ponga de su parte para ir descubriendo a un singular padre modelo que, a lo largo del texto, se va construyendo con piezas sueltas de la enseñanza de Lacan: a veces como un antimodelo; otras, como un modelo que solo podría serlo en tanto no lo sea; finalmente, como un modelo no de sus éxitos, sino de sus límites, de sus faltas y hasta de sus pecados.
En rigor de verdad, estas piezas no están tan sueltas, debido a que un hilo las va anudando en la diacronía de la investigación que realiza el autor: comienza con Freud, atraviesa los distintos momentos de la enseñanza de Lacan y culmina con las elaboraciones postlacanianas, especialmente las de Miller y Laurent. Este hilo ha resonado en mi lectura también como una suerte de ostinato musical, como una base rítmica repetitiva que permite la sucesión de las variaciones y que el autor explicita de entrada como "lo vivo del padre": es el intrincado concepto de padre real –o de lo real del padre– el que insiste y, claro está, también resiste en la sucesión de los capítulos. El estilo de Zlotnik se lleva bien con esta resistencia del concepto que trata de desentrañar, pues no cae en las certezas que tienden al cierre y deja líneas abiertas, las mismas con las que busca ceñir lo que irremediablemente escapa a toda conceptualización universal. El lector podrá así encontrarse con este núcleo duro del padre bajo muy distintas formas, de las cuales quiero recortar algunas.
Zlotnik presenta a este padre modelo como quien, desde lo real de su castración, sabe arreglarse con lo real del goce que no tiene inscripción simbólica, y sin recurrir a su represión ni a su significación fálica. Es, sostiene, "la manera singular que cada cual encuentra de ser padre", lo cual supone que estas maneras son múltiples y cada una, excepcional.
Del Prólogo de Alejandra Eidelberg