Desde comienzos del siglo XX, cuando todavía era un sueño o apenas un tenue experimento, se auguraba para la televisión un futuro revolucionario. El puntapié inicial llegó recién en la década del cincuenta, y en la Argentina las primeras imágenes televisivas pudieron verse en 1951. En ese año, con Juan Domingo Perón en la Presidencia, se transmitieron actos peronistas, eventos deportivos, ballets oficiales, conciertos. La precariedad dominaba el ambiente, la radio seguía siendo el medio masivo por naturaleza, y recién los primeros televisores, a precios exorbitantes, aparecían reflejados en las publicidades. Ver televisión en ese entonces era una actividad colectiva: varios elegidos se reunían en la casa del agraciado que poseía ese milagro.
Muy rápidamente ese panorama fue cambiando. Los aparatos ingresaron a los hogares, los programas mejoraron la calidad y paso a paso la televisión empezó a develar su destino: cambiar para siempre la relación de las personas con los medios de comunicación. En ese tránsito, fue construyendo su identidad y como no podía ser de otra manera lo hizo interactuando con lenguajes preexistentes: el teatro, la radio, la literatura, la pintura. A la par que se perfilaba como el medio masivo por excelencia, era todavía un campo de experimentación, y aunque hoy parezca osado decirlo, con espacio para ciertos emprendimientos vanguardistas.
En La televisión criolla, Mirta Varela analiza de manera reveladora las dos décadas clave de la TV argentina: la del cincuenta y la del sesenta, es decir desde la primera hasta 1969, cuando se televisan la llegada del hombre a la Luna y el Cordobazo. Veinte años de transformación vertiginosa, donde cambiaron los hábitos de los argentinos, se redefinió el uso del tiempo libre y el concepto de entretenimiento, y se consolidó una inédita relación con la ciencia y la técnica, toda vez que el dominio de este nuevo medio exigía capacidades tecnológicas de primer nivel. Y surgieron las primeras estrellas de la televisión: actores y periodistas, hijos del nuevo medio, que forjaron su lenguaje con él y que en este libro son descubiertos en la intimidad de su trabajo, ahí donde se cruzan lo artesanal y lo técnico.