Las páginas precedentes plantean la necesidad de incorporar la consideración cultural en un proyecto de desarrollo económico y de construcción de ciudadanía moderna y extendida. En este sentido, uno de los desafíos más importantes hoy día es el cruce "sinérgico" entre democracia y modernización, pues sin un sistema incluyente de procesamiento de demandas sociales es muy probable que el patrón de modernización que se imponga genere costos altos en materia de desintegración social y reduccionismo dado que vivimos una paradoja perversa: nos democratizamos a la misma velocidad con que aumentamos los niveles de inequidad y exclusión sociales.
Así, dos tareas monumentales saltan a la vista para un proyecto consecuente de modernidad. Primero, superar la larga tradición de la negación del otro, donde la negación cultural (del indio, el negro, el pagano, el mestizo, el campesino, la mujer, el marginal- urbano, etc.) constituye el cimiento en que a su vez se monta una larga tradición de exclusión socioeconómica y dominación sociopolítica. Segundo, asumir positivamente nuestra condición de tejido como un acervo que lejos de constituir un obstáculo para nuestro "ingreso" a la modernidad-constituye nuestro resorte específico para ser modernos. El reflejo más patente de ello lo ofrecen las grandes metrópolis de la regió Ciudad de México, Rio de Janeiro, Caracas y Lima, grandes metáforas de esta historia hecha de mezclas.
Construir entonces un sistema educativo más igualitario, actualizando la educación y elevando sustancialmente su calidad en los establecimientos donde concurren los sectores más pobres, es la herramienta que permite difundir con mayor profundidad los códigos de modernidad entre toda la población. ¿Cómo capitalizar, pues, la experiencia que tiene la región en la historia de cruce intercultural, para convertirla en una "ventaja comparativa" en el nuevo concierto de un mundo interconectado y globalizado? Existe entre agentes del desarrollo y analistas sociales un consenso cada vez más generalizado en torno a la idea de que los valores culturales afectan las instituciones, y éstas a su vez son decisivas para el comportamiento de la economía. La diversificación de la industria cultural es hoy el dispositivo que más dinamiza los cruces culturales, y constituye el espacio privilegiado para nuestros propios mensajes y ser interlocutores activos en este "diálogo de todo el mundo con todo el mundo".