Descripción
(…) Aquellos hombres nunca habían visto otra luz más que la proveniente de la antorcha. Tenues sombras se proyectaban sobre las paredes de la caverna. Sombras chinescas de algunos animales que nunca habían logrado ver.
Encadenados de pies, manos y cuello, toda su vida, todo su mundo, toda su realidad se limitaba a las paredes de aquella caverna.
Un día, uno de los esclavos pudo escapar. Sus cadenas oxidadas cedieron y el camino ascendiente hacia la libertad estaba a su alcance, pero también aparecieron temores.
Después de todo, la libertad le era desconocida. El mundo exterior podría ser peligroso corno decían los ancianos de la caverna. Sin embargo, cobró valor y comenzó a subir.
Los primeros rayos de luz lastimaron sus ojos pero aún así continuó con temor y decisión.
Al salir, pudo ver el Sol, la luz de verdad no era aquella pequeña antorcha. Era hermosa.
Los animales no eran aquellas sombras como ellos pensaban.
-Debo regresar y liberar a mis padres, hermanos, amigos. Debo enseñarles que la realidad es distinta de la que veíamos, que nuestros ojos estaban cegados- pensó.
Aquel hombre regresó y contó lo que había visto, pero nadie le creyó. ¡Pobre! Se ha vuelto loco — gritaron. Seguir en la oscuridad puede ser doloroso pero es cómodo y seguro.
El temor a lo nuevo, lo impensado suele acobardarnos tanto que podemos correr el riesgo de continuar en nuestras propias cavernas.
Platón
«La caverna»
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