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El paso de los siglos no ha disminuido el valor intrínseco de este pequeño gran libro, que comenzó a adquirir importancia durante el Renacimiento. En esa época, por cierto, se hacen los primeros ensayos para establecer el texto original, que no mereció comentarios especiales de parte de los antiguos, como ocurrió con otros trabajos del filósofo. Diversos manuscritos realizados por copistas inexpertos o descuidados circularon en Europa por varios siglos, hasta que Vahlen, en 1885, logró una edición erudita y correcta de la Poética. Más tarde Bywater, Butcher y Rostagni pulieron el texto, que puede considerarse como definitivo. En lo que resta de la Poética se ocupa Aristóteles de poesía en dos de sus formas eminentes: la épica y la tragedia. Define al género en término de o mímesis, lo que no debe interpretarse como copia servil sino como representación viviente. La tragedia en particular se distingue por su unidad de acción, sin que las otras unidades, de tiempo y de lugar, tengan mayor peso en sus reflexiones, si bien los preceptistas del Renacimiento y posteriores pusieron gran énfasis en estas normas sedicentemente aristotélicas. Destaca en cambio el pensador la importancia esencial de la fábula o la trama, que es la trama de la tragedia. La Poética sintetiza, en suma, una parte de la cultura helénica: y la épica y la tragedia, creaciones perdurables, que hasta el presente han servido de apoyo e inspiración a los grandes autores de occidente. De aquí la permanencia de esta obra, que no enseña a poetizar los temas más elevados, sino que, por el contrario, aparece como la primera labor de crítica literaria formulada por quién fue en su época la cumbre de la filosofía y de la ciencia.
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