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La caída del referente simbólico anterior implica que a diferencia de otros tiempos, los ideales no están más localizados en la función del padre haciendo el trabajo de la agencia amo -como agente de la castración, como regulador del goce-, sino más bien a aquello que de todo esto se despunta en el amanecer de estas dos décadas del nuevo siglo: órdenes de hierro y sus derivas en los nombraros-para. Lo primero, como aquello que viene al lugar vacante al Nombre-del-Padre evaporado y, lo segundo, como respuesta a esta degeneración catastrófica que implica su forclusión de lo simbólico. Estas órdenes de hierro remiten a la impostura de exigencias que conllevan al extravío de la subjetividad erigida bajo la lógica del padre. Si el goce no está regulado al Padre como agente de la castración, ello no es sin consecuencias para el sujeto, que quedará expuesto a un goce derivado de los objetos que el mercado produce. Modalidad de goce solitaria, autista y autoproductiva que excluye toda posibilidad de lazo social, del lazo con otros y conduce a una paulatina globalización de la soledad en esta nueva sociedad del régimen de lo ilimitado.
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