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Esta obra-su subtítulo lo deja claro-es un libelo en el sentido clásico de la palabra: una reflexión apasionada y decididamente parcial sobre un tema. En este caso, la Revolución Francesa, ese acontecimiento tan trascendental como oculto por una doble interpretación: la oficial, que la considera el acta fundacional del mundo moderno, y la revisionista, surgida en el entorno de los fastos del bicentenario, que desliza dudas sobre su necesidad. Nadie como Guillemin, maestro de historiadores, para apuntar un aspecto esencial de la Revolución: con la excepción de algunos personajes, como Robespierre, todos los prohombres revolucionarios construyeron su proyecto al margen, y si era preciso en contra, de las clases populares; el proyecto liberador se detuvo ante las puertas de la pobreza. ¡Los pobres, a callar! es una obra breve, reveladora y necesaria. Breve, forzosamente, por su torrencial expresividad; reveladora, por lo que sugiere del uso de la historia, y necesaria, porque muestra nuevas perspectivas para enfocar los acontecimientos. La lectura más enjundiosa, y no sólo para los especialistas.
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