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Joyce advirtió, a propósito del Ulises, "...En cualquier caso, este libro resultaba terriblemente arriesgado. Lo separa de la locura una hoja transparente..." Hago mía su confesión, le va como un guante a este libro, es la cuestión preliminar para una lectura posible; entre sus 280 páginas, tan solo una hoja transparente ensaya el límite. Pero ¿cómo hallarla sin haberla ya pasado? ¿acaso es posible aproximarse a ella sin que su lectura nos aproxime, al mismo tiempo, a aquello mismo de lo que separa? Asi, es por esa hoja que promete la diferencia que asoma la temida indistinción. El nudo borromeo siempre admite su reducción a un nudo trébol en la intersección central de sus cuerdas; lejos estamos aquí de la compacidad de la falla con que el Seminario XX echaba luz sobre la intersección. Pero entonces, ¿cómo visibilizar la transparencia de esa hoja que imaginariza un más acá de la locura? Una vez dada vuelta, el delirio habrá quedado del lado del lector. No hay tanteo posible de ese litoral que no termine por tachar o borrar esa temblorosa separación así vuelta separtición. Aquella hoja transparente se esconde, se escabulle, se extravia; es la carta robada en la baraja de estas siete misivas delirantes. Siete lettres, siete modos de delirar con la lengua, siete citas con la locura, siete cartas ¿alguna de almor?, siete "mamafestos" (la epiepisto- la joyceana), siete poemas, siete sueños, siete teorías, siete confesiones, siete sintomas, o simplemente, siete decires. El lector decidirá, desde "lo insondable de su ser", por el estatuto de estos papeles ya sea como erastés o erómenos, como codelirante o como sinthome, como secretario o testigo, como soñante o despabilado, insomne o en duermevela, como Amo o esclavo, como enlutado o en necrofilia melancólica. No se puede leer este libro sin correr el riesgo. No se puede hablar la lengua fundamental de este escrito sin delirar.
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