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Cuando Lacan realizaba la apertura de lo que entonces se llamó la Sección Clínica, puso los puntos sobre las íes en un aforismo: “La paranoia –quiero decir las psicosis– es para Freud absolutamente fundamental. Las psicosis son aquello delante de lo cual un analista no debe retroceder en ningún caso”. Por cierto, este consejo fue algunas veces entendido en su versión samaritana pero no solamente de ese modo. Sus alumnos comprendieron también que no debían retroceder tampoco delante de los problemas que presentan las psicosis al pensamiento. Es lo que muestra Amelia Imbriano. Ella ha sabido hacerse unas orejas idóneas para las psicosis, para retomar la expresión del Saber del Psicoanálisis, pronunciado en la Capilla de Sainte Anne. ¿Pero cómo hacerse de unas orejas idóneas? Es simple. Estar allí, dentro de los muros pero sin las barreras tradicionales de la psiquiatría, para evitar ser “tomados por los locos”. Amelia Imbriano califica la posición del analista como artesanal y escribe una fórmula muy feliz: “Lo que el analista sabe es que él no habla más que al costado de lo verdadero, porque lo verdadero lo ignora: el que sabe, en análisis es el analizante”. Es por ello que el clínico, psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, estudioso de Lacan, encontrará aquí un soporte para su clínica, como para su ética, con el indispensable gusto de la invención que requiere el trabajo analítico con las psicosis. Del prólogo de Françoise Gorog
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