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Desde que conocí la figura de Thomas Sankara, uno de mis grandes héroes, el nombre “Burkina Faso” resuena en mi mente. Siempre pensé que si una tierra fue capaz de parir a semejante hombre, un verdadero hombre-pueblo, entonces también puede ser capaz (y eventualmente lo hará) de forjarse su propio futuro, de tejer —como hacen las hilanderas locales— su propia historia, de construirse a sí misma un destino particular y único sin esperar la mano tendida, la limosna o la lástima de los poderosos. “El que te alimenta te controla”, alertaba el legendario líder burkinés, en tiempos en que las naciones europeas, antiguos amos coloniales, hacían y deshacían a gusto y piacere todo lo que sucedía en África, con caridad y a la vez con armas. Fernando Duclós (Periodistán) Desde un historiador hasta un analista internacional, un jubila-do que aún ve los noticieros en su televisión o un joven clickeando en las actualizaciones de sus redes sociales, todos ellos podrían llegar a una misma conclusión: el mundo está cambiando. La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991 fueron los acontecimientos inaugurales de la emergencia de un Mundo Unipolar, con Estados Unidos como única superpotencia global. Esta unipolaridad en el sistema de poder supuso también el surgimiento del paradigma del pensamiento único con su máximo exponente, Francis Fukuyama. En “El Fin de la Historia y el Último Hombre”, Fukuyama sostuvo que el triunfo del capitalismo sobre su antítesis, el socialismo, rompía el ciclo dialéctico del desarrollo histórico. Había terminado el tiempo de las guerras, revoluciones y gran-des transformaciones del orden mundial. La lucha de clases ya no sería un motor de la historia y el capitalismo se convertiría en la única y mejor alternativa posible inaugurando, supuestamente, una era de paz amparada en la estabilidad. Pablo Borda
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