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Hay libros que imponen su presencia por sobre la del pro- pio autor. Algo de esto ocurre con Juvenilia, cuya fama trasciende la figura hoy un tanto olvidada de su autor. Pero. a la vez, es cierto que las páginas de ese libro son funda- mentalmente una tierna y nostálgica evocación autobiográ- fica, por lo que Cané surge de ellas como un personaje vivo e inolvidable. Miguel Cané (Montevideo, 1851- Buenos Aires, 1905) fue una de las figuras sobresalientes de la generación del 80. Abogado, parlamentario, periodista, alto funcionario (inten- dente de la ciudad de Buenos Aires, ministro del Interior y de Relaciones Exteriores), diplomático (en diversos cargos residió largamente en países americanos y europeos), fun- dador y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Cané publicó también varios libros: Ensayos (1877), A distancia (1882). En viaje (1884), Charlas literarias (1885), Notas e impresiones (1901) y Prosa ligera (1903). Pero el más difundido y, sin duda, el mejor de sus libros fue Juvenilia, aparecido originariamente en Viena en 1884. Su título alude, como bien lo señaló Américo Castro, al do- ble significado de juventud y de excesos juveniles. El relato está centrado en las experiencias del autor entre los doce y los diecisiete años de edad en el Colegio Nacio- nal y se articula en 36 capítulos, que en su conjunto consti- tuyen una entrañable pintura de costumbres. Esta edición se enriquece con un erudito prólogo del profe- sor Enrique Anderson Imbert.
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