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Maquiavelo leía cada noche a los clásicos griegos y romanos. Goethe prefería a los grandes dramaturgos ingleses y franceses. Darwin, antes de sentarse a escribir, siempre repasaba a Humboldt. Susan Sontag era una lectora voraz, pero mucho más cuando escribía. Todos, o casi todos, los grandes escritores han sido también grandes lectores. Marx y Darwin eran incapaces de descartar una sola página a la hora de producir, y por eso tuvieron tantos escritos póstumos. Gramsci hacía fichas y resúmenes de todo, cual eterno estudiante. Algunos dedicaban horarios específicos a la producción creativa; otros, cada momento libre de su vida. Unos elegían la noche y la soledad; otros, el día y la gente. Unos, el silencio de una biblioteca; otros, el bullicio de un bar. Conocer sus metodologías, sus lecturas, sus hábitos y secretos es una forma ideal de acercarnos a estos enormes creadores y encontrar el hilo invisible que une los distintos mecanismos del trabajo intelectual. A través de una mirada profunda y curiosa, estas páginas nos revelan seres maravillosos que nos permiten ir un paso más allá de la admiración: descubrir el mundo previo de esas obras que nos cambiaron la vida.
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