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La relación entre el psicoanálisis y la investigación presenta, desde el inicio, diversos puntos de tensión y complejidad. Algo similar, sucede al indagar la conexión entre el psicoanálisis y la ciencia. El descubrimiento del inconciente por parte de Freud inaugura una aventura de investigación clínica cuyo objeto, rápidamente, demuestra ser inasimilable a las categorías ontológicas hasta ese momento establecidas, y asimismo inabordable por la vía de los saberes y andamiajes técnicos de la tradición científica. Los diversos modelos por él utilizados en el afán de ilustrar sus desarrollos conceptuales —pero también de justificarlos y legitimarlos ante la comunidad científica de la época— son, por otra parte, un claro testimonio de las dificultades que se iban presentando en su camino para la transmisión de una experiencia cuya complejidad resultaba asimismo imposible ceñir por completo a los límites del lenguaje. Triple dificultad, habida cuenta de que es justamente el lenguaje la herramienta fundamental del psicoanalista; y son los fenómenos del lenguaje la vía crucial a partir de la cual concebir tanto la estructuración del sujeto humano, como la causación de las neurosis y demás enfermedades de la subjetividad. En una de sus conferencias dictadas en los Estados Unidos —ante un auditorio por cierto infrecuente para él— Lacan retoma aquello que en su seminario de 1969/70 lo llevó a interesarse por Wittgenstein: cuando el sujeto habla, dice la verdad, pero es una verdad que el sujeto desconoce tanto como el analista. Lo verdadero, se distingue de lo real, pero esa distinción obliga a revisar la relación misma del lenguaje con el pensamiento y con las cosas del mundo. Entre ellas, los afectos y los cuerpos. ¿Es posible concebir algún modo de transmisión liberada de los equívocos del significante? Si la lingüística de Saussure fue el punto de apoyo para sus desarrollos sobre la operatoria del significante y sus efectos, es sin embargo la semiótica peirceana la que posibilitó revisar su conceptualización del signo, permitiendo su formulación a través de una figura triádica que posibilitó el reingreso en escena del objeto.
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