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Se ha producido una inversión, no somos nosotros quienes tomamos psicofármacos sino que son ellos quienes nos toman, nos miran, nos agrupan desde el panóptico personal que cada uno de nosotros tenemos en nuestras casas que se llama botiquín, caja de remedios y/o pastillero. Los psicofármacos nos vigilan, existe un canal óptico abierto entre ellos y nosotros. Cuando pierda el control, sé que llevo en mi billetera “Clonacepam” que me permitirá volver a la normalidad. El psicofármaco está atento y la única condición es que lo lleve encima por cualquier cosa, que lo tenga a mano. Es muy amigable, como todo en psicofarmacología, por algo lo llaman el “método dulce”. No queda más remedio que hablar de los intereses que tienen sobre nosotros una de las principales industrias que existen en nuestra globalizada tierra. No deberíamos separarnos en psiquiatras, psicólogos, psicólogos sociales, consultores psicológicos, antes de percibir que somos objetos de consumo de una de las industrias más poderosas. No estamos hablando de poder abstracto sino de cómo ese poder llega a nuestra intimidad. ¿Cómo se relacionará las consecuencias del vínculo entre el médico y la industria con el paciente que llega con algo que le duele, que no sabe bien qué hacer y que espera resolver? ¿Incidirá esta relación “lateral” en la acción terapéutica entre un enfermo y un médico?
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