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El 16 de octubre de 1998 es una fecha que quedará marcada para siempre en la historia de la lucha contra la impunidad en América latina. Ese día, cuando fue detenido en Londres Augusto Pinochet, miles y miles de militares, policías y paramilitares latinoamericanos, cuyas manos manchadas de sangre habían sido lavadas por las sucesivas amnistías e indultos, empezaron a inquietarse. La impunidad se resquebrajaba, los viajes al exterior empezaron a ser peligrosos. Con Pinochet no sólo se detuvo a quien oprimió a sangre y fuego a Chile durante 17 años y vertebró la "Operación Cóndor", la internacional del terror que coordinó las tareas represivas de las dictaduras del Cono Sur. Con él se caía también un mito, el ejemplo por excelencia de los golpistas y represores que durante décadas asolaron el continente latinoamericano, ante la pasividad, cuando no complicidad abierta, de la "comunidad internacional". Los 503 días de detención de Pinochet supusieron un avance sin precedentes en la lucha librada desde hace años por supervivientes y familiares de víctimas del genocidio, organizaciones defensoras de derechos humanos, abogados y jueces progresistas. El muro de impunidad del terrorismo de Estado sufrió el mayor golpe desde los Juicios de Nüremberg de 1946, abriéndose en él una brecha que ha estimulado nuevos procesos en Chile y otros países de América Latina y Europa.
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