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Stephen Jay Gould, el más famoso de los científicos naturales de nuestro tiempo, ha dedicado su trabajo a enriquecer y divulgar la teoría de la evolución, llamando nuestra atención sobre la importancia de las contingencias históricas y de los cambios impredecibles, frente al mundo regular y predecible que defiende el estereotipo, desacreditado hoy, de la llamada «ciencia dura». Estas son, sin embar- go, cuestiones abstractas que, pese a su importancia, no hubiesen conseguido fascinar al amplio público que sigue los libros de Gould, de no ser porque éste no gusta de teorías incorpóreas, sino que se complace en examinar estos temas a la luz de las maravillosas singularidades de la naturaleza. Cuando me apetece explorar el poder explicativo de la teoría evolutiva, escribo acerca de aparentes singularidades resueltas por el punto de vista darwiniano, o abordo cuestiones generales a través de misterios particulares: ¿por qué ningún gran animal se desplaza sobre ruedas?, ¿cómo puede inducirse a las gallinas a que desarrollen dientes, cuando hace más de cincuenta millones de años que no se han formado en ninguna ave?, ¿por qué coincidió la desaparición de los dinosaurios con la extinción de al menos un 25 por 100 de las familias de invertebrados marinos?, ¿las cebras son blancas con franjas negras, o negras con franjas blancas, y qué regla general enlaza sus diversos tipos de rayas?.. Stephen Jay Gould nos habla aquí de estas y de otras muchas cosas con agudeza y humor, y consigue apasionarnos y divertirnos con ellas. Pero, al término de la lectura, nos damos cuenta de que nos ha proporcionado mucho más que entretenimiento. Que la suma de estas reflexiones ha enriquecido nuestra capacidad de comprender el mundo, y de comprendernos mejor a nosotros mismos.
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