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Este libro se presenta ante el lector como el hilo de Ariadna del que nos hablara el poeta Ovidio. Un hilo de oro que nos permitirá atravesar los sucesivos recintos y recorrer los pasadizos de una temática laberíntica, explorando algunos pasajes oscuros de la obra de Lacan y problematizando sus conceptos sin temor a no vislumbrar la salida. La única condición que supone para el lector-Teseo será la de seguir con una lectura atenta cada una de sus páginas, desenredando de a poco los distintos tópicos que Martín Alomo nos presenta a lo largo de este generoso volumen. El laberinto lleva por nombre: Lo electivo en la obra de Jacques Lacan y su minotauro encerrado, finalmente, no es otro que la “ironía infernal” de la esquizofrenia. La diferencia estriba en que no se tratará de matar a la criatura -eso sería, sin duda, mucho más fácil- sino de seducirla invitándola a jugar el juego de la transferencia. Pero desenredemos pausadamente el hilo de oro. El hilo inicia su recorrido a partir de distinguir dos matices con los que Lacan connota el término électif, que distinguen dos usos diferentes. Uno acentúa su valor de contingencia y el segundo el de la preferencia, situando que Lacan preferirá habitualmente el primer matiz aunque no se despoje completamente del segundo. Tomará como paradigma de cada una de estas vertientes los delirios de tema familiar para la contingencia y la “elección homofónica”, relativa al “tú eres el que me seguirás” para la proairesis, la preferencia. Un instrumento clave del que se sirve el autor será la concepción de la causalidad psíquica de la locura, fechable en 1946, leída a partir de los aportes de los tres registros que encontramos en el “RSI” de Lacan. Allí distingue el papel que posee el uso de la identificación en las psicosis, estableciendo una clara distinción entre la identificación en la esquizofrenia y en la paranoia. El paso siguiente será situar la oposición entre las condiciones electivas y las coercitivas para destacar que lo electivo “…no se subsume a lo yoico sino a las actitudes mentales, los juicios y las aptitudes sociales”. Tratándose siempre de una elección inesencial, manifestación -señala el autor- puramente ética. Recorreremos con él, paso a paso, diferentes referencias clínicas. Entre ellas se destacan los párrafos que dedica al caso Aimée, para dar cuenta del conflicto fraterno y las influencias del medio familiar sobre la constitución del sujeto paranoico. Pasajes que nos conducen a lo électif en su valor de preferencia, como ese “deseo de perpetuarse en una fusión simbólica con el Otro materno”. Luego será el turno del caso Dora al que se aboca para explorar qué podemos ubicar con el carácter electivo en el modo de relación del sujeto con su cuerpo, planteándose la pregunta de ¿qué hay de electivo en el recorte de las zonas erógenas? Para interrogarse, finalmente, si el goce elige. Será el Alcestes de Moliére el material elegido para ilustrar la “agresión suicida del narcisismo” desprendida de la pasión del paranoico de mostrar su unicidad. Sujeto que pretende que el mundo entero se rija por su propia ley, la ley del corazón, sin tolerar competidor alguno. Para afirmar que: “La condición de la locura no está en un organismo débil, entonces, sino en una irrefrenable pasión por la seducción de las identificaciones, que presentan irresistible su atracción; cuando la libertad le ha permitido al ser abandonarse en las mieles de tamaña promesa, la locura está consumada”. El Presidente Schreber le servirá de referencia para ejemplificar el brutal rechazo al Otro de la ironía esquizofrénica, al mostrar la exclusión radical de los saberes establecidos que constituye la respuesta en acto del paciente a Fleschig. Alomo discriminará metódicamente las especificidades de este fenómeno en el que conviven el goce solitario y la reafirmada posición de exclusión del lazo social. Diferenciando entonces, esta práctica de la del ironista que permanece anudado al Otro: “La ironía del esquizofrénico, en cambio, no convoca a nadie, al contrario, si nos interesamos en ella es porque somos analistas, o tal vez clínicos especializados en el tema. Pero nadie ‘en su sano juicio’, como suele decirse, se vería convocado por el rechazo que implica la práctica de la ‘ironía infernal’ del esquizofrénico”. Es por todo esto que Alomo se revela a lo largo de sus páginas, no sólo como un investigador meticuloso sino también como un agudo clínico. Un clínico de la esquizofrenia, quizá aquella clínica que lleve al paroxismo la afirmación de Freud de que analizar es una tarea imposible. Es sin duda, su agudeza clínica la que abre paso a la pregunta de si es posible situar para la esquizofrenia, un momento electivo previo a la toma de iniciativa por parte del Otro. Y considerar, finalmente, a la ironía del esquizofrénico como una posición electiva previa a la puesta en marcha del mecanismo forclusivo. Por último, a partir de la referencia al caso Francine de Jean-Claude Maleval, Alomo se permitirá cuestionar la dirección de la cura en los tratamientos con esquizofrénicos dando lugar al que constituye quizá el aporte más valioso del volumen, la noción propuesta por el autor para esta “tarea imposible”: la “ironía de transferencia”. Factor que se delinea como clave para la orientación del analista respecto de cómo dirigir la cura con pacientes esquizofrénicos. Dicho factor delimita el punto de encuentro entre el sujeto de la esquizofrenia y el analista; en dicho punto, aquel podrá actualizar la posibilidad de elegir enlazarse o no al Otro.
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