Navidad de 1978. Nuestro país, se preparaba, por un lado,
para festejarla, pero, por otro, también se preparaba para una guerra que se
vislumbraba como evidente. Muchachos de 18 años en uniforme de soldados,
angustiados frente a una guerra inminente, jefes bravucones que alardeaban de
un coraje que años más tarde demostrarían que no tenían, una sociedad que se
acongojaba por la suerte de esos jóvenes y con el permanente temor, claro está,
de perder su propia vida o la de sus seres queridos.Dos países gobernados por dictaduras, Argentina y Chile,
pero que nacieron juntos a la libertad e independencia estaban al borde de la
guerra.Finalmente, cuando ya todo indicaba el comienzo de la
conflagración, dos milagros, se dice, la detuvieron, y tan pronto como dejaron
de escucharse los sonidos los tambores de guerra, el rencor y el desequilibrio,
buscó disiparse. Sin embargo, era algo que recién se lograría con el fin de la
dictadura argentina y durante la democracia recuperada en nuestro país.Nunca estuvimos tan cerca de una guerra con Chile, sin
embargo, pocos hablan hoy de aquel tenebroso momento y por supuesto, de
aquellos muchachos que recién salidos del cobijo de sus casas, eran los que
debían morir por la patria. Ellos son los olvidados. Ellos son, sin duda, los
únicos héroes de una guerra sin historia, los únicos héroes de una guerra que
no fue.