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Llegar a lo más alto es un deseo que, muchas veces, responde a la vanidad humana. Ya Dios castigó a los constructores de la Torre de Babel confundiendo sus lenguas. Las montañas, esas enormes arrugas de la tierra, nos devuelven la imagen de nuestra pequeñez. Para algunos eso supone un desafío, otros simplemente las aman. Con la humildad de los enamorados, Leibson nos habla de su pasión. «Si la montaña no va al analista, el analista va a la montaña», dice, pero no va a conquistarla sino a ser recibido por ella. Para contemplar el amanecer entre las nubes, respirando un aire fino, escaso de oxígeno y emocionarse ante la grandeza de las cumbres. En Atrapar la huella antes que se desvanezca, Leibson nos habla de lo efímero de la vida, pero también de las huellas que ha dejado su recorrido por las montañas y el psicoanálisis. Pocas cosas tan disímiles, sin embargo, Leibson logra entrelazarlas usando como puente su saber acerca del cuerpo, un tema que trabaja desde hace muchos años. También nos dice que el recorrido ha sido largo y que, antes de que la fuerza para subir montañas y escribir libros se desvanezca, atrapemos el momento. Texto de Carlos Chernov -- Sobre el autor: Cuando Leonardo Leibson se encontró con el psicoanálisis, a principios de los años 80, supo que siempre había querido dedicarse a eso. Pero antes hubo un extenso rodeo que incluyó estudiar medicina y ejercerla durante un período, descubrir hasta dónde llegan los cuerpos, lecturas eclécticas (desde Saer y Pizarnik hasta el I Ching) y los primeros contactos con la Patagonia y las montañas. De todo eso, los libros y las montañas le siguen enseñando cosas acerca de cómo el inconsciente embraga sobre el cuerpo.
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