Todo ha comenzado ya cuando esto comienza. Nacidos en estado de prematuración, morimos siempre prematuramente. "Casi siempre, decía Flaubert, en la incertidumbre del nombre propio." Inconscientemente inmortales, vivimos difiriendo la muerte ya presente y morimos de diferir la vida, de temor o de ganas de que se consuma por si sola.

Uno no espera nacer. ¿Hay que esperar morir? ¿Y cómo? ¿Cómo esperar lo uno o lo otro, morir, morirse del otro o morirse sin el otro, con o sin ese "otro" que, dándome la vida, me habrá dado la muerte, habrá inventado mi vida mi muerte, las habrá anhela-do, acariciado, temido, soportado?

Ya en su forma gramatical, desprovista de conjunción y puntuación, la vida la muerte avanza la proposición de otra lógica, no de simple oposición o de subordinación. A distancia de las alternativas combinadas por los presupuestos de orden metafisico o biológico, esta lógica convoca en un mismo movimiento a Blanchot, Lévinas, Heidegger, Freud, Lacan, Derrida, para delinear el motivo y la razón de una alteración recíproca, en su bordearse, de la pasión de vivir y de la pasión de morir.

Sobre la marcha, también se habla aqui del comienzo y del recomienzo, de la invención y de la reinvención del psicoanálisis: de "la histeria" de Freud a "la locura" de Lacan (no olvidar las comillas). El psicoanálisis se abre y se cierra a lo que se le resiste y a aquello a lo que él resiste. Desde afuera como desde adentro. Al paso de lo privado a lo público, de lo íntimo a lo social, del testimonio a la responsabilidad. Esto tampoco sucede sin pasión. De la afectuosa ferocidad a la despiadada simpatia.

Como la democracia, siempre venidera, tan imposible como posible, el psicoanálisis traza el futuro de una pregunta -la de la relación con la palabra y con el silencio, con el otro y con uno mismo, con la verdad y con la no-verdad que labora en la paradoja o en la aporia y pone en tela de juicio los valores de la ética tradicional.